miércoles, 26 de diciembre de 2018

ROMA como reflejo social de un punto entre dos décadas











Es el año de 1971. México acaba de finalizar un sexenio y un decenio a la vez. En el año de 1971, México y el mundo acaba de ingresar a la década de los años setentas. Y México acaba de iniciar un sexenio más de los que han transcurrido desde 1934: en este caso, el sexenio de Luis Echeverría Álvarez. El hombre populista y cerebral que dirigiera, en el sexenio anterior, la seguridad y la política interna nacional. El mismo personaje locuaz y activo que había llegado con la promesa del "arriba y adelante". Para muchos, el cerebro detrás de la represión contra el movimiento estudiantil de 1968. 

En 1971, México vivía el devenir de los setentas. Los convulsos años sesentas se reflejaban aun en el ambiente social mexicano. El "milagro mexicano" se mantenía aun, pese a que ya iba en su fase final: en el ocaso que presagiaba los años de la crisis económica; aquella que en la década siguiente llegaría a extremos de inflaciones del 100 %, pero que entonces solo reportaría inflaciones de dos dígitos. México vivía, en 1971, los milagros del desarrollo estabilizador y al mismo tiempo las contradicciones políticas y sociales del "milagro mexicano" que maravilló a políticos, intelectuales y economistas del mundo entero. Y no solo eso; en los inicios de esa década, en muchos órdenes, México pasaba por un momento de transición entre el mundo de las tres décadas anteriores y el mundo que la nación viviría en las dos décadas siguientes. 

En el México de principios de esa década, los coloridos y prolíficos años setentas, la generación de la Segunda Guerra Mundial entraba en su fase de madurez física. También la generación inmediata a ella: la de los años cincuentas. Esas dos generaciones que endiosaron a Pedro Infante, se maravillaron con los bailes de las antiguas y legendarias vedettes (muchas de ellas cubanas) y rieron a carcajadas con las películas de Tin Tan y las clásicas de Cantinflas. Esa misma generación que vio el surgimiento del Rock and Roll de Elvis Presley, que se inspiró en las canciones de Agustín Lara para enamorar a una conquista, que adoptaría el mezclilla en los pantalones gracias a James Dean, y que vieron el cierre de su mundo con el triunfo de la Revolución Cubana. Dos generaciones que, aunque en privado cuestionasen la corrupción y la vocación gangsteril del sistema político posrevolucionario ("emanado de la Revolución) no pasaron al activismo político; se contentaban con escaparse del "palo" del sistema para gozar las bondades (el famoso "pan") del mismo sistema político autoritario y peculiar. 

En los inicios de los setentas, otras dos generaciones juveniles entraron en escena. La generación del 68, nacida tanto en los años de la Segunda Guerra Mundial, como en los fines de los años cuarentas. O la generación inmediata a ella: la del post 68. La generación nacida en los cincuentas. Esas dos generaciones ya habían entrado a su juventud temprana y post adolescente, o estaba en su fase adolescente. Y esas dos generaciones marcarían las tendencias sociales y culturales. Esas generaciones pasarían a cuestionar públicamente el sistema herencia de la Revolución Mexicana. Tlatelolco 68 quedaría grabada en su memoria colectiva como un agravio colectivo. El Rock se consolidaría definitivamente gracias a esa generación, lo mismo que otros géneros musicales surgidos al calor de la contracultura. Agustín Lara y los boleros quedarían en desuso; las baladas románticas ocuparían el lugar en esa generación que escucharían más a Julio Iglesias, Camilo Sesto, Juan Gabriel, Joseles, Heleno, José José, etcétera. Esa misma generación que con el pasar de la década elevó como un ícono la moda de John Travolta y la música disco es la que en 1971 estaba ocupando el lugar de las dos generaciones pasadas. Ese es el mundo de 1971. Ese es el mundo que México vivía entonces.  

En los inicios de la década de los años setentas, la tendencia a la urbanización de la población mexicana estaba consolidada. Este fenómeno socioeconómico que había arrancado a fines de los años cuarentas, y que había avanzado entre los cincuentas y sesentas, se había consolidado ya. Y se consolidaría más aun en esa década de los setentas, sin dar marcha atrás al México mayormente rural que había reflejado el cine de oro. El México de los charros, la charrería y la música tradicional había dejado el paso al México urbano, admirador de deportes como el futbol y la lucha libre; el México de bases industriales, bancarias y comerciales más que agrarias y mineras, como tradicionalmente había sido la nación desde la Colonia. 

Todo este breve cuadro de la sociedad mexicana a principios de la década de los años setentas, es el México que refleja la reciente película producida y dirigida por el aclamado Alfonso Cuarón. Película estrenada en este año de 2018; un año que transcurre y ya casi finaliza a 47 años del año en el que se ambienta la historia. Historia que se centra en la problemática social de una familia de clase media que, en 1971, vive en la Ciudad de México; una familia que tiene algo que en la sociedad mexicana se considera un privilegio social: sirvientas. De hecho, la historia, aunque centrada en toda la familia, transcurre bajo el lente personal de un personaje protagonista: Cleodegaria "Cleo" Gutiérrez. Una de las sirvientas que laboran para la familia en cuestión; una mujer que sobrelleva los problemas propios con una mezcla de esperanza y al mismo tiempo, de resignación. Es ella quien lleva el peso de la historia; aunque debemos apuntar que la trama conlleva como personaje coprotagonista a la patrona de la casa: la señora Sofía, interpretada por la actriz Marina de Tavira. Un personaje de un carácter duro y explosivo; a veces tiránico. Pero un personaje en el fondo sensible, que sufre por cuestiones de desamor y que muestra, en no pocas ocasiones, cariño y estima no solo a sus hijos traviesos, sino a la misma Cleo; la mayormente invisible mujer que lleva a cuestas (junto con otra sirvienta) la tarea de la limpieza y el orden de la casa. Del hogar en el que ocurren los dramas de todo el conjunto. 

Desde luego, Roma, como película, muestra a otros personajes, tanto de la familia en cuestión como de personas ajenas a esta. Tales como el rockero o el practicante de artes marciales que resulta ser un integrante del grupo paramilitar conocido como los Halcones; el mismo grupo responsable de llevar a cabo la represión sangrienta contra la marcha estudiantil del 10 de junio de 1971. Episodio conocido como el "Jueves de Corpus"; episodio retratado en la cinta de Cuarón de una forma magistral, y esto pese a ocupar solo unos cuantos minutos de la película. Y justamente aquí hay un detalle que es importante mencionar: Alfonso Cuarón nos muestra la vida social en la ciudad capital del país a principios de los años setentas. Pero gracias a episodios históricos como este de la matanza, nos ubica en el año exacto: en 1971. Por supuesto, hay otros elementos mismos de la cinta que nos permiten saber que estamos a principios de un sexenio: los carteles y pósters de Luis Echeverría Álvarez y el PRI por doquier, así como apotegmas propios del sexenio escritos, con pintura, en algunas paredes de lugares públicos a donde Cleo a veces tiene que ir. En fin, Alfonso Cuarón ha optado por retratar un momento histórico no solo en lo social, iconográfico y popular; antes al contrario, y muy al estilo del escritor José Emilio Pacheco con su novela corta de nombre "Las Batallas en el Desierto", el cineasta Cuarón se hecha al hombro la tarea de reflejar un año no solo en sus aspectos visuales; también en su contexto histórico-  político. Y lo hace de una forma muy meritoria. 

La película está diseñada en blanco y negro. Algo que quizá pudiese desatar muchos comentarios en torno al particular. Quizá Alfonso Cuarón haya decidido hacerlo así un poco como homenaje a las películas del cine de oro. Quizá fue una forma artística y visual de combinar el ritmo de la trama con una estética visual que nos remita a la nostalgia. Quizá hayan sido otras razones. Habrá que preguntarle a Alfonso Cuarón. Pero este aspecto es meramente secundario. Lo importante es la obra artística en sí misma. Y esta no desmerece en nada. El producto final en una obra que merece estar entre la lista de las mejores cintas del cine nacional mexicano. Más allá de los premios que la cinta obtenga, muy merecidamente. 

jueves, 13 de diciembre de 2018

ACERCA del fin de la última "Familia Imperial Rusa". La ejecución de Yekaterimburgo







Era la madrugada del 17 de julio de 1918. La mayor parte de Europa vivía asolada por la guerra (se acercaba el fin de la Primera Guerra Mundial). Y Rusia, que había firmado la paz con Alemania en marzo de ese año, y estaba por lo tanto fuera de la contienda, vivía, en cambio, el período de la "Revolución Rusa" en su fase más violenta. La fase de la "Guerra Civil Rusa". El gobierno y el régimen surgido de la "Revolución de Octubre" (el régimen bolchevique y "comunista"), que había derrocado al breve régimen provisional y democrático surgido tras el fin de la monarquía rusa, sobrevivía a duras penas: a base de represión política y social, y sosteniendo a todo un "Ejército Rojo" que comenzaba apenas a formarse y a una policía secreta (la "Checa") que tenía solo pocos meses de existencia. La Guerra Civil estaba en su máximo apogeo, y el avance de las fuerzas del nuevo régimen revolucionario avanzaba y retrocedía según la suerte del momento en cuestión. Y fue en ese contexto, en el que el régimen bolchevique (el gobierno central encabezado por Lenin) tomaría una cruel, sangrienta y fría decisión; esto ante la inminente llegada de fuerzas blancas a Yekaterimburgo, ciudad rusa ubicada en la parte centro- occidental del país. En la región de los Urales.

Esa terrible decisión fue: exterminar y acabar con la "Familia Imperial Rusa". La cual estaba conformada por el derrocado Zar (Emperador) de Rusia: Nicolás II Romanov; su esposa la Zarina Alexandra Fiódorovna (de origen alemán) y sus cinco hijos: cuatro mujeres y un varón. Olga, Tatiana, María y Anastasia. En ese orden respectivo en cuanto a la edad se refiere. La mayor contaba con 22 años de edad; la menor tenía 17. Y después de ellas, el hijo menor; el heredero de la Corona Rusa (Zarevich) Alexei, quien padecía de hemofilia. Todos ellos prisioneros del régimen bolchevique. Nicolás II había abdicado del trono en marzo de 1917; cuando triunfó la primera fase de la Revolución y se había instaurado un gobierno provisional: republicano y democrático. Además de ellos, estaban prisioneros el médico de la familia y tres sirvientes leales. Todos ellos serían ejecutados la madrugada del 17 de julio de 1918. Esta ejecución ocurrió en el sótano de una casona requisada por el Estado: propiedad que había pertenecido a un próspero comerciante de apellido Ipátiev. El pelotón bolchevique destacado en la residencia, que tenía como objetivo vigilar a la familia, estaba comandado, desde hacía pocas semanas, por un hombre llamado Yakov Yurovski. Antiguo relojero devenido a revolucionario en las épocas del gobierno de Nicolás II, para 1918 era un importante miembro de las fuerzas policiales del nuevo régimen revolucionario. Un hombre honrado pero brutal; de carácter frío y distante, según la descripción de muchos de sus contemporáneos; entre ellos, el propio Zar Nicolás II, quien lo mencionó por su nombre en sus escritos personales.

La madrugada del 17 de julio de 1918 comenzó con la familia en disposición de dormir. Pero transcurridas unas horas, Yakov Yurovski ordenó despertarlos y ordenarles que fuesen al sótano. El objetivo supuestamente sería trasladarlos a un lugar más seguro ante el caos y la violencia que imperaba cerca del lugar, como consecuencia de la llegada de fuerzas blancas que asolaban por la ciudad. Pero el objetivo real fue otro. La familia, más el médico y los sirvientes, fueron trasladados al sótano. Y entonces, ocurrió la ejecución de la familia a balazos. Y desde entonces, y durante más de medio siglo, el destino de los cuerpos de las personas ejecutadas esa madrugada y en ese sótano, sería desconocido. Sería gracias a la labor de búsqueda y al interés científico e histórico de dos personas, Geli Ryabov y Alexander Avdonin, que el mundo conocería el destino de la mayor parte de los cuerpos de quienes esa madrugada fueron ultimados a balazos.

Justamente este año se cumplió un siglo de la ejecución de la última Familia Imperial Romanov. Un siglo exacto: la ejecución fue llevada a cabo la madrugada del 17 de julio de 1918. Un tiempo que parece muy lejano; pero que se acerca a la memoria histórica gracias a los documentales, al cine y a la televisión. Un suceso sangriento y una tragedia ocurrida en un tiempo muy diferente del actual; pero cuyos acontecimientos en el orden internacional fueron y son decisivos en la configuración del mundo actual. Y en este mundo actual, la memoria en torno a los Romanov permanece.


miércoles, 12 de diciembre de 2018

LA Guadalupana como símbolo de mexicanidad





Se la considera la protectora y la patrona de México. Por lo menos, entre el sector de la población mexicana que profesa la religión católica, apostólica y además romana; sector de la población que, quizá desde el lejano siglo XVI, es la gran mayoría de la población del territorio entonces novohispano; hoy mexicano. Me refiero a la Virgen de Guadalue (oficialmente denominada, entre los católicos, "Nuestra Señora de Guadalupe"). Y no obstante, la Virgen de Guadalupe, una aparición mariana más de la Virgen María (madre de Jesucristo) ha dejado de ser solo un símbolo religioso; en el caso de México, producto del sincretismo entre la religión católica y una antigua creencia de los antiguos habitantes del Valle de México durante el Período Prehispánico. Desde hace algunos siglos quizá, la imagen de la Virgen de Guadalupe ha pasado a ser una imagen tradicional y simbólica de mexicanidad; es decir, algo muy ligado a la cultura y la imagen de México como entidad nacional. Su imagen (la misma que aparece en la famosa tilma) está presente en muchos lugares de México: en pinturas, retratos rodeados de marcos, esculturas, pósters, llaveros, y hasta en grandes rocas incrustadas en diversos lugares más o menos montañosos de carreteras o autopistas mexicanas. Y su imagen no solo aparece en la forma y versión que conocemos; no faltan grupos que incluyen su imagen transfigurada de diversas variaciones en su diseño visual. 

Su día de festejo es el 12 de diciembre. Mismo mes en el que según diversos estudios históricos, los aztecas y otros pueblos prehispánicos de la región acostumbraban festejar en honor de otra deidad prehispánica con la que, al llegar la Colonia, se confundió a la Virgen de Guadalupe; todo esto en el particular proceso de sincretismo de todo tipo que se llevó a cabo durante el siglo XVI entre las antiguas culturas indígenas y la cultura importada por el conquistador español. 

Sobre el mito guadalupano, se conoce popularmente la historia que se cuenta en torno a la aparición. La misma historia que se narra en el libro "Nican Mopohua"; según esta historia conocida a nivel popular, la Virgen María se habría aparecido en diciembre de 1531 a un indio de nombre Juan Diego (desde luego, si tal indígena en cuestión existió, es seguro que no debió llamarse así originalmente). Aparición ocurrida a diez años después de haber ocurrido la caída de Tenochtitlán y la destrucción del imperio mexica; y a menos de una década de haberse iniciado la política de evangelización, tarea llevada a cabo por frailes de distintas órdenes religiosas. Según el relato mariano, la Virgen le habría pedido al indio en cuestión llevar su mensaje a las autoridades religiosas con el objetivo de que le construyeran una "casita" (un templo en realidad) en el Tepeyac. Los clérigos no le creen; y entonces le exigen una prueba. La Virgen accede por petición de Juan Diego; cuando este personaje vuelve a presentarse ante el Obispo, despliega un ayate del cual, al abrirse, descienden rosas, además de aparecerse impresa en el ayate presentado ante los clérigos una imagen de la Virgen; la famosa aparición conocida como la "Virgen de Nuestra Señora de Guadalupe". Un relato este que puede variar en detalles según quién lo cuente; pero que tiene como elementos principales esta misma orden de secuencia y estos mismo hechos descritos líneas arriba. Un relato que los antiaparicionistas (los cuales cuestionan la veracidad de los hechos) presentan como importado de España; según se sabe, en la España medieval se registró un suceso parecido con un campesino español en lugar de un indio. 

Este es el relato conocido popularmente. Quizá por todos los mexicanos, sean o no creyentes católicos. Debemos apuntar que el relato de las apariciones, las cuales habían sido negadas por los altos miembros del clero católico durante gran parte de los siglos siguientes a la fecha del suceso mismo, se expandió de manera amplia gracias a los escritos del sacerdote criollo Miguel Sánchez en 1648. Tal popularidad alcanzó el relato de la aparición gracias a la labor intelectual de ese clérigo, que el guadalupanismo incluso comenzaría a ser una parte esencial del naciente movimiento de identidad criolla. Y el guadalupanismo se vería reflejado en algunos episodios de la historia posterior; fue la imagen del estandarte principal que enarboló el cura Miguel Hidalgo y Costilla cuando en 1810 encabezó la primera rebelión de la Guerra de Independencia Nacional. Los "guadalupes" fue como se denominarían, a sí mismos, los miembros de una cierta organización militante de la lucha por la independencia, durante la fase encabezada por José María Morelos y Pavón. Más adelante, ya durante los primeros años de independencia, más específicamente durante la etapa del Primer Imperio, el Emperador Agustín I de Iturbide crea la "Orden Nacional de Nuestra Señora de Guadalupe"; orden integrada por personas que hubiesen sido condecoradas gracias a determinados méritos y hazañas heroicas, y que fuesen gratas a los ojos del gobierno imperial. Vamos, el primer Presidente de México, llamado en verdad "José Miguel Ramón Adaucto Fernández y Félix" pasó a denominarse con el nombre de "Guadalupe Victoria" en honor tanto de la Virgen de Guadalupe como de una cierta victoria militar obtenida en la lucha por la independencia nacional. 

Como se puede observar, la Virgen de Guadalupe (la imagen de la aparición) está presente en la cultura y el imaginario popular y folcklórico mexicano. Más allá de si los sucesos de la aparición hayan ocurrido en la vida real, o de si el milagro haya sido un invento de frailes para facilitar la conquista espiritual de los indígenas; más allá de si la imagen haya sido producto de un milagro (negado por Fray Juan de Zumárraga, presunto testigo principal del suceso) o de si esta fue obra del talento artístico de un pintor indígena de nombre "Marcos Cipac de Aquino", lo cierto es que tanto el relato de las apariciones como la imagen misma están presentes en la devoción popular desde la Colonia; quizá más profundamente desde mediados del siglo XVII. Si el milagro ocurrió o no, es tema aparte: el guadalupanismo y el mito es parte de la historia religiosa y cultural de la nación mexicana. Realmente, una pieza esencial del devenir histórico mexicano, sin el cual el drama de la caótica y volcánica historia mexicana no podría entenderse en su totalidad.