jueves, 31 de diciembre de 2020

REFLEXIONES DE ACTUALIDAD: Y finalmente, termina el odioso 2020





Termina el año 2020. Para algunos, el primer año de una década; para otros, el último año de la década 2011 - 2020. Las opiniones pueden variar en este punto. Pero, ya sea el inicio de una década más o tan solo el final del primer año de una década nueva, termina el año 2020. Un año importante en la historia de la humanidad. Un año que quizá haya sido el inicio de una etapa nueva dentro del Período Contemporáneo. Porque aun si la historiografía posterior no lo considere así, una cosa si es verdad: hay un antes y un después del 2020. Definitivamente, el año 2020 finaliza en medio de un panorama ajeno al ambiente en el que finalizó el año anterior: 2019. Aquel año que para muchos fue el final de otra década, y que para otros fue tan solo el penúltimo año de la segunda década del milenio. Hoy finaliza un año más: el 2020. 

Año 2020. Francamente, un año no muy grato para la historia humana. Un año malo en casi todos los aspectos. No es el 2020 un año totalmente malo; cosas buenas hubo. Sin duda alguna. Pero; ¿acaso no hay buenas frutas en un canasto de frutas podridas? No obstante esas cosas buenas, casi todo lo que hubo fue malo. Un año pésimo; no creo que pueda encontrarse un año peor en el pasado más reciente. Un año marcado por la incertidumbre, el miedo al contacto humano más elemental, el miedo a respirar el ambiente multitudinario, el acecho de la enfermedad y la muerte. Tan solo eso marca al año y le da un color: el color negro. No el negro de la elegancia y el decoro; más bien, el negro de lo tenebroso y de lo lúgubre. 

Fue el 2020 el año de la pandemia mundial que las generaciones actuales recordarán siempre. Una pandemia iniciada en un mercado popular de China, en una de sus urbes más populosas e importantes en su economía. La enfermedad en cuestión, conocida como el coronavirus o el covid-19, mutó de forma agresiva a fines del año anterior. Y finalmente, se expandió al mundo entero a lo largo y ancho del año que hoy finaliza. Todo ello llenando de temor y zozobra a la humanidad. Aunque el destino de cada nación es diferente en lo relacionado con el desarrollo de la pandemia que hoy azota a la humanidad (hay países que están ganando la batalla, en tanto que otros la están perdiendo) una cosas es muy clara: el covid-19 ha afectado a la sociedad entera en su conjunto; aun a quienes han tenido la suerte de escaparse de la infección, la cual se adquiere mediante el contacto humano principalmente. Eso es lo peor de la tragedia sanitaria: haber hecho del contacto y la convivencia humana (una actividad que debiera ser solo fuente de felicidad y gozo) en una bomba que en cualquier momento podría significar el contagio; en casos extremos la enfermedad acompañada de la hospitalización en medio de un cuadro clínico deplorable. En casos muy extremos, incluso la muerte.

Muchas vidas se han perdido en medio de la pandemia. Esa es una marca trágica de la pandemia: muchas vidas han quedado truncadas en este año del 2020. Vidas que hoy estarían presentes de no ser por esa terrible enfermedad. Y en medio de todo el temor que origina este terrible reto sanitario solo equiparable a la de la epidemia de hace cien años (la de la influenza española) está lo relacionado con los planes de la vida misma. La pandemia del coronavirus provocó, en este año maldito que finaliza, el aplazamiento de no pocos planes personales y familiares. La vida se ha vuelto gris y triste debido a esta enfermedad; como mencioné en líneas anteriores, el color negro ha teñido el año entero. Otro reflejo más de esta característica del año fue el aplazamiento de eventos importantes como las Olimpiadas, que debieron haberse celebrado este año, y que por consecuencia de la pandemia han sido aplazadas para tiempo mejores. 

Pero no solo lo relacionado con la vida y la salud. El covid-19 ha ocasionado estragos no solo en la salud y la vida social. Está otro efecto que en algunos países (como los Estados Unidos, Canadá o el Japón) ha sido producto de la pandemia, y solamente de ella misma; en tanto que en otros países (México, Venezuela, España, Argentina, entre otros) ha sido agravado por la pandemia, aunque no originada por ella.  Me refiero al efecto económico. El deterioro de la economía gracias a la pandemia; o bien, en otros casos, un deterioro ya iniciado antes de la pandemia como consecuencia del mal manejo de la economía, pero que la pandemia ha agravado. Porque el coronavirus no solo ha matado a personas o enviado al hospital a otras; no solo ha dañado las relaciones humanas. No solo ha traído el temor ante la vida. Ocasionó este reto sanitario la disminución del turismo, el cierre definitivo o por tiempo indefinido de empresas, el aumento del desempleo y el estrés ante un panorama hostil para mantener a flote los negocios que más o menos tuvieron éxito en sobrevivir al negro temporal. Así como la pandemia acabó con vidas de personas que hoy estarían presentes de no ser por esa enfermedad, así mismo la pandemia destruyó negocios. Empresas micro, pequeñas o medianas que hoy seguirían operando si el 2020 hubiese transitado por otros rumbos mejores. 

Junto a la pandemia del coronavirus y sus terribles efectos en la salud y en la economía, el año estuvo plagado de muchos otros negros efectos y otras noticias lamentables. Está el deterioro constante de la economía en muchos países como producto de gobiernos populistas y desastrosos. Un deterioro económico iniciado ya hace algunos años, y que afecta la calidad de vida de la gente y los pueblos. Un deterioro económico que provoca irritación, frustraciones personales, protestas sociales y un panorama de creciente incertidumbre ante el futuro. Un deterioro al que el coronavirus, como ya dijimos antes, tan solo agravó a niveles aun peor. Y la reacción de los gobiernos que han provocado el desastre ha sido lamentable: negar o minimizar el daño. O peor aun, culpar de todo al coronavirus, que tan solo ha sido un elemento y no la causa del deterioro. En medio de todo este panorama, la problemática de las caravanas de inmigrantes desesperados por buscar un lugar mejor, que les brinde aunque sea una pizca de mejora social, ha seguido siendo la constante de nuestro año 2020. 

El aumento de la inseguridad y del crimen. Otra noticia mala del 2020. Una noticia que ya ha estado presente en muchas naciones desde años atrás, pero que en este año 2020 no presentó mejoras de ningún tipo. Así pues, al miedo de estar en contacto con la gente, muchos pueblos siguen padeciendo el miedo a ser víctimas de algún tipo de crimen. El miedo a ser robados, asaltados, asesinados, secuestrados o a ser víctimas de cualquier otro atentado contra la integridad personal. En no pocas regiones, además, está el miedo al crimen organizado. A esa clase de organizaciones criminales poderosas, ramificadas y jerárquicas que operan de forma sangrienta y macabra en no pocas ocasiones. Crimen organizado y poderoso que opera con total impunidad; en muchas localidades, se han convertido en el gobierno de hecho, aunque no de derecho. Como se puede apreciar, poca luz y mucha oscuridad. 

Todo ello es el panorama general del 2020. Hay otras pequeñas malas noticias que ensombrecen el año. Noticias que contribuyeron aun más para que el 2020 fuera un pésimo año. Y no obstante, no podemos decir que el 2020 fue totalmente negativo. Hubo también buenas noticias. Una destaca entre ellas: la derrota electoral del actual Presidente de los Estados Unidos de América: el prepotente, megalómano y autoritario magnate del espectáculo y de bienes raíces Donald J. Trump. Contra todo pronóstico, el hombre que quiso reelegirse en el cargo de Presidente de una de las tres naciones más poderosas del mundo actual, el mismo hombre que había explotado el racismo y otras facetas negativas de la humanidad para alcanzar el poder y mantener popularidad, fue derrotado en las urnas. No de forma estrepitosa, claro está; pero sí de forma clara y concisa. Este sujeto deberá dejar el poder el próximo 20 de enero del año entrante. Retorna a la Casa Blanca la civilidad que nunca debió ser abandonada en aras de premiar un proyecto populista, demagogo y de un liderazgo proclive a la megalomanía y, en cierta forma, al caudillismo; un fenómeno del que Estados Unidos se creía libre hasta antes del 2016, cuando se decantaron por Donald J. Trump. 

También, entre los pocos sucesos positivos del año, estuvo el estallido de una nueva oleada de luchas y protestas civiles en los Estados Unidos en contra del racismo y el abuso policial. Todo ello fue la consecuencia de la muerte de un ciudadano de raza negra, George Floyd, ocurrida el 25 de mayo como consecuencia de una detención brutal y un abuso cometido por policías blancos en la Ciudad de Mineápolis, en el Estado de Minnesota. A este suceso lamentable (otra noticia mala que enloda el año) le siguieron protestas masivas en varias ciudades de los Estados Unidos; definitivamente la muerte de George Floyd conmovió a la opinión pública al grado de hacerla salir a las calles. Otro suceso positivo: el 10 de noviembre fue destituido, bajo cargos de corrupción, el Presidente del Perú Martín Alberto Vizcarra Cornejo, quién había llegado al cargo sustituyendo a otro mandatario igualmente acusado y destituido por cargos de corrupción: Pedro Pablo Kuczynski Godard. Martín Vizcarra fue sustituido por un político y agrónomo de nombre Manuel Arturo Merino de Lama, tan solo para que cinco días después, este hombre tuviera que renunciar ante las muertes de dos jóvenes que participaban en protestas a favor del destituido Vizcarra; muertes ocasionadas por la brutalidad policial al contener las manifestaciones. Llegó a la Presidencia de la República Peruana, el 15 de noviembre, el ingeniero industrial, escritor y político afiliado al "Partido Morado" Francisco Rafael Sagasti Hochhausler: el cuarto presidente que ha tenido el Perú en este quinquenio (2016 - 2021) que debió corresponder a Pedro Pablo Kuczynski. 

Todo este enredo de la política peruana (presidentes destituidos por corrupción, y ex mandatarios enjuiciados por los mismos cargos) puede ser una mala noticia. Reflejan el lodazal de la política peruana. Quizá sea así: pero la destitución de Vizcarra por cargos de corrupción, más la destitución de Merino cinco días después ante la conmoción por la brutalidad policiaca que llevó a la muerte a dos jóvenes manifestantes, también es una buena señal después de todo. Ello solo significa que tanto la democracia como la justicia peruana están fortalecidas. La política peruana puede ser un lodazal, pero el hecho de que en este quinquenio dos mandatarios acusados de corrupción hayan sido destituidos (Kuczynski y Vizcarra) y el hecho de que varios ex presidentes peruanos estén siendo investigados judicialmente por los mismos cargos (Alejandro Toledo y Ollanta Humala) solo reflejan una cosa muy importante: el progreso notable del aparato de justicia independiente de esta nación sudamericana. Un progreso que otras naciones latinoamericanas ya desearían, como México, Venezuela, Nicaragua, Argentina, Bolivia, entre otras. El ejemplo peruano podría en un futuro no tan lejano contagiar a otros países de la región. Por lo tanto, la destitución de Martín Vizcarra, político mediocre que solo llegó a su puesto gracias a su padrino Kuczynski, es una buena noticia. Una noticia positiva del año, en medio de noticias nefastas. 

Podríamos seguir mencionando más noticias del año. Noticias que le refuercen el color negro, o que lo iluminen un poco. No obstante, esto sería el cuadro general de un año que la humanidad no recordará de forma particularmente grata. Un año imborrable en el que la vida fue tan frágil como el vidrio de una copa de cristal. Ojalá el 2021 ¿el inicio de una nueva década, o el segundo año de la tercera década del siglo? sea mejor. Desde luego, no podemos esperar que sea un año luminoso: atajar la pandemia y otros males no es tarea de un pestañear de ojos. Requiere paciencia, perseverancia en la tarea y pasos graduales. Sobre todo esto último: la mejora irá de pequeños a grandes pasos. Fases conjuntas que van alejando las sombras de estos tiempos nublados. Y no obstante, todos esperamos que la mejora comience en ese nuevo año que llega. Que la aurora de la luz vaya avanzando. La humanidad lo necesita. 


domingo, 15 de noviembre de 2020

POLÍTICA ESTADOUNIDENSE: Joe Biden o el regreso del catolicismo en la Casa Blanca





El próximo 20 de enero, terminará la era de Donald J. Trump en los Estados Unidos de América. El ególatra, pendenciero y autoritario empresario de bienes raíces y del espectáculo Donald J. Trump deberá entregar el mando de la nación, después de perder la reelección, pasando a la lista no menor de hombres (hasta el día de hoy solo hombres) que, habiendo ganado la Presidencia de los Estados Unidos, fracasaron en su intento de reelegirse. El efecto Trump, que fascinó a muchos votantes en 2016, este año se redujo y como consecuencia, el personaje que ganó la Presidencia sin haber competido anteriormente en ninguna elección popular (sin ser un político de carrera) perdió la elección de este mes. Donald J. Trump comenzó su batalla por la Presidencia de su nación atacando, en twitter, de forma xenófoba y hasta racista a los mexicanos, y abandonará su puesto tras un año de mala racha que el electorado de estados clave le cobró en las urnas. Como consecuencia del resultado de la elección, un nuevo hombre llega al poder en enero del año entrante. Ese hombre se llama "Joseph Robinette Biden Jr"; más conocido públicamente como "Joe Biden". Un demócrata ya mayor (tendrá 78 años al asumir la Presidencia) que en dos ocasiones anteriores, en 1988 y en 2008, intentó obtener la nominación de su partido para competir en elecciones presidenciales. 

Joe Biden; un hombre de varios fracasos, importantes puestos políticos y también un hombre practicante de la religión católica, apostólica y romana: en síntesis, un político católico. Esto último, el hecho de que Joe Biden sea católico, puede parecer un dato menor y hasta de simple ficha biográfica; incluso, para algunos hasta puede ser una frivolidad mencionarlo. Un dato sin importancia si desconocemos la importancia de la religión en la sociedad estadounidense y el papel del protestantismo entre los "valores fundadores" de la nación americana más poderosa y la segunda más extensa del continente. Porque en efecto, el protestantismo fue uno de los valores o conjunto de elementos que fundaron la esencia de los Estados Unidos de América; y ha sido la rama del cristianismo predominante en la política, la ideología y hasta en los negocios; si bien en este último ámbito, y desde hace varias décadas, el judaísmo ha ganado poder e influencia social. Un católico en la Presidencia de la nación más poderosa del planeta y quizá, hasta el día de hoy, de la historia mundial, es una rareza que no pasa desapercibida pese a ser la religión de una persona un dato menor. Y pese a que, desde su fundación, Estados Unidos separó la religión de la política y adoptó el laicismo como doctrina institucional; no ha sido nunca este país una nación clerical como lo fue la España del imperio en "donde no se ponía el sol" o la Rusia zarista, por mencionar ejemplos del pasado. O como varias naciones del mundo árabe en los tiempos actuales. 

Desde luego, una cosa sí debe mencionarse: Joe Biden no es quién va a pasar a la historia como el personaje que rompa el monopolio protestante en la Casa Blanca. Aun cuando la llegada de un católico a la Oficina Oval aun es una rareza, el monopolio protestante en la residencia presidencial de los Estados Unidos ya había sido roto anteriormente. Porque en Estados Unidos ya antes hubo un mandatario (muy popular y carismático, a diferencia de Joe Biden) que fue, en vida, creyente del catolicismo. Uno que pasó a la lista no muy corta de presidentes asesinados en el ejercicio de su cargo. Y uno que pasó a la historia de su país por lo de la crisis de los misiles en Cuba, su presunto amorío con Marilyn Monroe y por su aire jovial que trajo a la Casa Blanca tras ocho años de gobierno de Dwight David Eisenhower y su marca más bien formal y seria. El católico al que nos referimos es John F. Kennedy. 

En efecto, John Fitzgerald Kennedy fue el primero, y hasta el día de hoy el único presidente de los Estados Unidos de América en ser miembro de la comunidad católica. Y en su momento, cuando el joven mandatario era candidato del Partido Demócrata a la Presidencia de los Estados Unidos, el catolicismo de Kennedy fue un tema de campaña. Desató su posible triunfo electoral temor en sectores protestantes muy conservadores; para ellos, la idea de tener a un mandatario católico podría significar que el Vaticano o el Papa pudieran influir en las decisiones presidenciales de su administración. Todo esto refleja la importancia que la religión tiene en la vida pública del pueblo estadounidense; aun cuanto, como se ha mencionado en líneas arriba, Estados Unidos sea un país oficialmente laico y ajeno a la religión. Tanta importancia tiene el protestantismo que los sectores de la ultraderecha o extrema derecha estadounidense imponen como uno de sus requisitos para ser considerado un ciudadano de la nación el ser protestante. Los grupos del Ku Klux Klan (que en los años sesentas se volvieron muy activos en contra de las protestas de la población  negra por el reconocimiento oficial de sus derechos ciudadanos) tienen entre sus fundamentos ideológicos el anticatolicismo: el odio a la religión y a la iglesia católica es parte de la serie de ideas de la ultraderecha estadounidense, así como en España, Latinoamérica y otros países mayoritariamente católicos la ultraderecha nativa tienen entre sus fundamentos ideológicos el rechazo y el odio al protestantismo. 

Así pues, podemos ver que el tema del catolicismo en la familia presidencial no es tema sin importancia. El catolicismo de Kennedy fue, en su día, un tema de debate e interés. Quizá hoy el día, el catolicismo de Joe Biden sea un tema menos polémico de lo que lo hubiera sido en los sesentas, pero aun es tema de gran importancia en la sociedad de ese país. Y finalizamos con las palabras de John F. Kennedy en plena campaña electoral (en la que contendió contra el republicano Richard M. Nixon, años después Presidente de los Estados Unidos). Palabras en torno a su religión. 

  "La iglesia no habla por mí. Yo no soy el candidato católico a Presidente. Soy el candidato del Partido Demócrata a Presidente, que resulta que también es católico. No hablo por mi iglesia en temas públicos y la iglesia no habla por mí". 

martes, 20 de octubre de 2020

Elecciones Regionales Coahuila e Hidalgo: ¿Comienza la Caída Definitiva de MORENA?



El domingo pasado, como se sabe, hubo elecciones regionales en dos entidades de la República Mexicana: Coahuila (en el norte) e Hidalgo (en el centro). Dos entidades actualmente gobernadas por mandatarios estatales procedentes del Partido Revolucionario Institucional (PRI): Miguel Ángel Riquelme Solís en Coahuila y Omar Fayad Meneses en Hidalgo. Como dato importante, debemos recordar que en México existen aun cinco (solamente cinco) entidades federativas en donde, desde los años veintes, han estado gobernados, de forma ininterrumpida, por el otrora partido oficial PRI a nivel estatal; es decir, en donde desde hace más de noventa años todos los gobernadores han sido priistas. Entre esas cinco entidades figuran Coahuila e Hidalgo; las otras tres son Campeche, Colima y el Estado de México.

El resultado ha sido un desastre para el partido gobernante a nivel nacional: MORENA (Movimiento Regeneración Nacional). Un desastre que, pese a todo, no lo hace el perdedor absoluto: quedó como la segunda fuerza electoral en esas entidades, por arriba del PAN, PRD y otros partidos. No obstante, es un duro golpe al lopezobradorismo y a su caudillo, que aspiran a construir un carro completo de triunfos electorales. Hasta la fecha, lo habían logrado. Como se sabe, en 2018 ganaron la Presidencia y obtuvieron el control del Congreso Federal. Y en 2019 arrebataron al PAN (Partido Acción Nacional) la gubernatura de Baja California, que el blanquiazul había retenido desde 1989. También, MORENA gobierna en la CDMX y en Veracruz (la segunda y la tercera entidad más poblada de la nación, respectivamente). Se puede ver, pues, que nada parecía detener el ascenso del nuevo partido político que hoy tiene a su líder y fundador como el Presidente de México.

Pero la realidad ha sido otra. Para sorpresa de MORENA y quizá para su ego y orgullo guinda. Porque el tricolor le ha ganado de calle, en ambas entidades. El PRI ha comenzado, en estas entidades, el que quizá sea el lento y gradual derrumbe de MORENA del poder. No digo que el PRI vaya a ser el partido que saque de la Presidencia a MORENA; más bien, presiento que el personaje que logre hacerlo provendrá del PAN. Lo que afirmo es que es el PRI el que ya asestó la primera grieta al ascenso del partido que lo sacó de la Presidencia el año antepasado.

¿Significa todo ello que el PRI ha comenzado de nuevo su ascenso? Para los priistas, la noticia les devuelve la esperanza. Es una bocanada de aire fresco desde el enrarecido clima adverso que vivían desde el año 2016, cuando el PAN le ganó, en términos generales, en las elecciones estatales y regionales de ese año. Proceso que fue como una edición de lo que vendría, a nivel nacional, en 2018. En esas elecciones, además de perder la Presidencia, quedaron en tercer lugar. Y hoy, en la Cámara de Diputados, el PRI es la quinta fuerza electoral, por debajo incluso del Partido del Trabajo (PT), partido paraestatal y mercenario que el priismo ayudó a fundar en los años noventas, con el objetivo de restarle votos a la oposición. Un desastre que entonces significó un golpe al orgullo del antaño partido hegemónico. Hoy, en esta semana, la cosa cambia: hay motivo de fiesta para el partido tricolor. Ha comenzado un nuevo ascenso.

Para MORENA, en cambio, hay motivo de verdadera preocupación. Aunque hay que apuntar varias reservas: el derrumbe está llegando, pero no será de forma rápida y además, puede haber nuevos episodios de felicidad para el partido guinda antes de perder el poder. Esto por varias razones: el PRI ganó, y MORENA perdió. Pero no es que el PRI haya despertado mucho entusiasmo. En las elecciones del domingo pasado, hubo un notable abstencionismo electoral. En la entidad norteña (Coahuila) el abstencionismo fue, según cifras, de alrededor del 60.6% de los votantes registrados. En cuanto a la entidad central, Hidalgo, el abstencionismo fue de 51%, según datos.

Es decir, la oposición puede festejar el comienzo del derrumbe de MORENA, pero no tanto. No es que el hartazgo por el actual gobierno federal y la decepción de muchos que han visto burladas sus esperanzas ya estén obrando el milagro de despertar entusiasmo popular hacia los diferentes partidos políticos de la oposición (PAN, PRI, PRD, MC, etcétera). MORENA se está derribando más por abstencionismo y decepción que por popularidad en los candidatos que presenta la oposición. Aun México tendrá mucho morenismo, por lo menos durante un tiempo. Y además, aun hay otro factor. Andrés Manuel López Obrador. Si bien ya muchos ciudadanos desaprueba al Presidente, este conserva todavía mucha popularidad. Estando López Obrador en plena campaña, aun puede lograr para su partido muchos votos. Claro está que su partido también ha perdido muchos otros votos más que no recuperará ni aunque el Presidente aparezca en la boleta.

Así las cosas, veamos que más sigue. Veamos si el PRI aprovecha su racha de buena suerte...y comienza otra vez su ascenso hacia posiciones políticas importantes. Veamos si otros partidos de la oposición obtienen sus logros propios en el pastel que irá desocupando MORENA. Veamos si MORENA reacciona a tiempo y de milagro corrigen el camino. Porque si no es así el derrumbe seguirá...y seguirá. El tiempo corre.